11 de Abril de 2012

Estoy en una cola, cosa que odio. Especialmente cuando son para pagar y hay veinte números delante del mio. Así que he aprovechado para sentarme e intentar escribir en mi cuaderno, a sólo una página de terminarlo. La persona que está a mi derecha intenta leer de reojo lo que voy escribiendo… ¿Por qué no hace lo que hacen todos los demás?: clavar la mirada fijamente en el cogote de la persona a la que están atendiendo, como si eso acelerara su trámite…?

El caso es que la mirada ajena en mi cuaderno me desconcentra. Quiero escribir la que seguramente será la última página de lo que se ha convertido en un “diario” de mi dieta, pero me disperso y compruebo el número de mi turno: 21. Eso me trae a la cabeza una teoría que leí ayer, según la que aseguran que se necesitan sólo 21 días consecutivos para crear, romper o modificar costumbres. O lo que es lo mismo, para instaurar un hábito nuevo en nuestra vida. Ni un día más, ni uno menos. Tanto si es para iniciarnos en un deporte, en una dieta, adaptarnos a nuevos horarios laborales o dejar de fumar… Sea lo que sea que empecemos, se convierte en hábito el día 22.

Pues bien, si aplico la teoria al tema de la dieta, el resultado son un montón de interrogantes… ¿qué pasa si se rompe con una pastilla de chocolate el día 20? ¿se vuelve a empezar? ¿se resta uno? ¿Se penaliza con 2 días más? Cierta o no, es un poco tarde para comprobar si el día 22 de iniciar mi dieta ya tenía los buenos hábitos de alimentación aprendidos (me temo que no del todo). Pero hoy, a 90 días del inicio, sí los tengo… los hábitos aprendidos y las dos tallas menos: ¡mi dieta ha terminado!

Empecé hace tres meses con un café solo y una libreta en blanco. Hoy, noventa cafés después, y trentaytantas páginas escritas, peso nueve quilos menos. Calculo que por cada entrada escrita he perdido medio quilo… ¿Y si hago de esto una teoría?

Lo que está claro que para conseguir cualquier hábito (tonterías y teorías aparte) lo que se necesita es mucha práctica, además de fuerza de voluntad, mentalizarse y tener un buen plan personalizado. El mio ha incluido una supervisión médica, una dieta personalizada, tratamientos complementarios y un ritmo adecuado para mi y para mi estilo de vida desordenado, lo que no ha sido fácil. De casi todo he dejado constancia en estas páginas. Y en esta última de despedida, no podía olvidarme de una de las cosas que más me ha ayudado: el apoyo incondicional de amigos y familia que hasta el último día han puesto a prueba mi fuerza de voluntad… Cada uno a su manera y con su mejor intención. Unos con tentaciones culinarias. Otros con cóckteles de colores, con fondues de queso, carnes suculentas, postres… Por no hablar de sus frases de apoyo: “una flor no fa estiu”; “un día es un día” y esa frase con la que mi graciosa amiga sevillana “bendice” las mesas llenas de calorías y grasas saturadas: “la ley del pobre, reventar antes que sobre!”…

Admito que por un momento pensé que me odiaban, que todo era un boicot contra mi plan, porque las tentaciones han sido tantas que al principio me apetecían hasta las cosas que nunca me han gustado. Pero me resistí a todas ellas y ahora entiendo que era su plan de choque para reforzar mi frágil fuerza de voluntad en cuanto a comida se refiere. Un plan que, contra todo pronóstico, ha funcionado, pues me he resistido a todas sus provocaciones calóricas, excepto en contadas ocasiones. Porque las teorías, como las leyes, están para romperlas… sólo un poquito. Lo justo para poder compensarlo fácilmente.

A todos ellos les dedico estas páginas y les doy las gracias. Y por su puesto, al doctor Morano, a todo su equipo, que han compensado el particular plan de choque de mi entorno (quizás un día me animo a que lean esto). Y cómo no, se lo dedico especialmente a la señora de mi derecha, que sí lo ha leído.

¡21! es mi turno.

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