5 de Febrero de 2012

Por alguna extraña razón, me encantan los aeropuertos. A pesar de las restricciones horarias, las colas de facturación, de seguridad, de embarque… Sí, a pesar de las esperas, los retrasos, las incomodidades y el café caro y malo (como el que me he tomado hoy en el aeropuerto de Barcelona), me encantan… En los aeropuertos (sólo en los grandes) me siento feliz.

La felicidad, eso sí, sólo empieza una vez que he facturado mi maleta rellena de “porsiacasos” (por si acaso llueve, por si acaso hace frío, por si acaso no hay secador…) y consigo cruzar el control de seguridad con todo lo que eso conlleva: quitarme el bolso, el reloj, los zapatos, el cinturón, el abrigo… ¡Por un momento he pensado que iban a pesarme! (¡lo que hace estar a dieta!). Pero no… aquí el único peso peligroso es de tu equipaje. Además, como por arte de magia, ha sido cruzar el arco de seguridad y olvidarme de dietas, calorías y demás.

Y es que, lo dicho, una vez en la terminal de embarque, en este espacio que llamo “tierra de nadie”, desconecto del mundo y pierdo la noción del tiempo y el espacio. Incluso me invaden  costumbres extrañas. Por ejemplo, de repente me siento atraída por cualquier lectura del kiosko y me sorprendo comprando revistas que sólo adquiero en los aeropuertos: revistas horteras de cotilleos, o del tipo “Muy interesante” o de psicología de andar por casa. Sin olvidar los Sudokus. También pierdo la noción del tiempo en los “duty free”, probándome cremas, sombras de ojos y perfumes que nunca me pondría. O comprando toblerones gigantes, caramelos de cereza y galletas de sabores imposibles… Y gracias a la impuntualidad horaria de los vuelos, también suelo tener tiempo de hacer una parada relajada en la cafetería, comprar un sandwich triple relleno de atún y calorías y beber algo que sólo bebo en los aeropuertos y en el avión: zumo de tomate.

Sólo una vez aquí, ya sentada en el avión, estoy siendo consciente de que en mi enajenación me he saltado la dieta de una forma exagerada. Pero ya es tarde: he devorado las galletas de cereza con sabor a serrín, medio Toblerone ya se ha instalado en mi abdomen… y me estoy mareando por el cocktail de perfumes que llevo encima.

No voy a pisar la báscula en una semana. Ni el súper en un par de días. ¡Ni el aeropuerto hasta que termine la dieta!

A ver cómo le explico esto mañana al doctor…

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