Elena es mallorquina, juvenil y de piel muy blanca. Tiene 43 años, una hija adolescente y una pasión: el mar. La vela es su mundo y los veleros, como ella dice, “son mis alas”. Desde muy pequeña empezó a navegar, a competir en regatas y a lidiar contra vientos y mareas. Pero no contra el sol. Y es que pertenece a una generación que no oyó hablar de protección solar, ni de sus riesgos hasta pasada la juventud. Un poco tarde para prever los efectos dañinos de los excesos acumulados que hoy son evidentes. Incluso después de años de utilizar protección solar como si de su segunda piel se tratara… ¡La memoria de la piel no perdona!
Deportista empedernida, asume el paso de la edad sin obsesiones y asegura que no le gusta maquillarse, excepto en ocasiones especiales. “Mi aspecto natural –dice– es mi seña de identidad.” Sin embargo, reconoce que cada vez es más difícil mantenerlo. En la última entrega de premios de su hija a la que acudió (pues ha heredado su pasión y empieza a coleccionar triunfos) se vio tan guapa maquillada, sin manchas, sin arruguitas… y sin parecer (como siempre) la hermana mayor de sus amigas de su misma edad, que no se lo pensó dos veces: decidió poner solución. Descartado el maquillaje,
(al que nunca se acostumbrará), optó por la combinación de tratamientos láser a medida que le recomendó el doctor.
Hoy es su hija Ana quien acompaña a su madre en su “ocasión especial”. No es una entrega de trofeos pero sin duda saldrá con un premio: un cutis renovado y sin manchas para poder seguir luciendo un aspecto natural.